hirmagazin 2015 06 07 083444

Tras Cruyff, Rijkaard y Guardiola, es el primer técnico no criado en la cultura holandesa del juego

ORFEO SUÁREZ

Si algo habían tenido en común las cuatro Champions conquistadas por el Barcelona antes de Berlín, era la crianza de sus entrenadores, una cultura común en el juego. Dos holandeses, Johan Cruyff y Frank Rijkaard, y un tercero, Pep Guardiola, que se considera mucho más que un hijo deportivo del primero. Por algo se refiere en ocasiones a Cruyff como Déu, Dios. Luis Enrique rompe con una tendencia llevada a su máxima expresión en la era Guardiola, más allá de los límites que impuso su mentor. Cuando Cruyff visitaba el Bernabéu, pasaba de tres a cuatro defensas y la mayoría de veces perdía; cuando lo hacía Guardiola, pasaba de cuatro a tres después de ir por detrás en el marcador y casi siempre ganaba. El asturiano jamás se lo ha planteado.

Menos lírico y más práctico, el Barcelona ha mostrado formas de equipo más convencional y menos genuino, pero igualmente poderoso. La prioridad no era necesariamente el movimiento del balón, sino también de las piezas. De la misma forma sucedió en el Barça que encontró como jugador, después de la salida del entrenador que recomendó su fichaje antes de ser despedido por José Luis Núñez. Es imposible saber qué influencia habría tenido sobre Luis Enrique la cohabitación con Cruyff, que, ayer, observó cómo el Barça definía la final a contraestilo, casi con una herejía en otro tiempo, al contraataque.

La Juventus lo impidió mientras pudo, pese a jugar con el marcador en contra, porque Massimiliano Allegri sabía bien qué le gusta a este Barcelona. La consigna era negarle el espacio en los tres cuartos, tierra de Messi, Neymar y Luis Suárez, aunque eso supusiera cederlo en el centro. Tuvo el equipo azulgrana la posesión, pero no siempre el control ante un rival profesional, que contrarrestó bien a Messi y sucumbió cuando creyó estar del premio. Sucede cuando se muere a la contra.

Este Barcelona tuvo una final, pues, más complicada de lo que decían los pronósticos, aunque nunca estuvo en alto riesgo, por detrás en el marcador. De hecho, únicamente una vez expresó la magnitud de su dominio del fútbol en este siglo en una final. Fue contra el Manchester United, en 2011, con un dominio coral propio de otro tiempo. Lo repitió en la final del Mundialito al que esa cuarta Champions le daba derecho, frente al Santos. Alex Ferguson se rindió entonces al mejor equipo que había visto y Neymar pidió jugar alguna vez con el Barcelona. El que encontró, años después, es distinto, pero se ha adaptado mejor a sus características, más vertical. Si entonces el lugar donde tomar el pulso al Barça era el centro del campo, ahora hay que posar el dedo sobre Messi. El argentino decide hoy qué sucede, si marca o pasa.

El protagonismo de Messi había sido ya clave en las dos Champions precedentes, ambas conquistadas contra el Manchester, la primera de las veces con Cristiano en sus filas. Fue el primer face to face en la cima, ganado por el azulgrana, gol incluido. Lo recuerda todavía como uno de los más importantes de su carrera. En su interior guardaba la espina de no haber jugado la final de 2006, ante el Arsenal, por decisión de Rijkaard, que lo dejó en la grada. De hecho, sólo Iniesta, suplente en París, ha disputado las cuatro finales que siguieron, 14 años después, al triunfo en Wembley.

Las conquistadas con Rijkaard y Guardiola en el banquillo llegaron ante equipos ingleses. La primera con dificultades, al adelantarse el Arsenal y resultar providencial Valdés frente a Henry. La presencia de Eto’o y Ronaldinho marcaba el juego de un Barcelona dominador, pero que mostraba ya una cualidad clave en este ciclo, tanto con Rijkaard como con Guardiola o Luis Enrique: la reacción a la pérdida de balón, la presión. Quizás era el rasgo que menos distinguía al dream team de Cruyff con el que todo empezó, en Wembley, con un imberbe Guardiola en sus filas. Cruyff no sólo dejó una cultura del juego, sino la cultura de la victoria de la que este equipo ya no se separa, aunque lo dirija un hereje.

Forrás: http://www.bratislavskenoviny.sk/