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La justicia de El Salvador no ha emitido ninguna sentencia sobre la trágica muerte
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El juez estadounidense que dictó sentencia lo consideró un crimen de lesa humanidad
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El chófer del francotirador confirmó que Álvaro Saravia había sido la mano derecha de Roberto D’Aubuisson, el mayor que dirigía el escuadrón de la muerte que mató a Romero
Almudena Bernabéu, abogada del Center For Justice and Accountability (CJA). EDUARDO EZEQUIEL
Actualizado:24/05/2015 04:11 horas
Para el juez estadounidense que dictó sentencia sobre el asesinato de monseñor Óscar Romero, en 2004, la decisión fue tajante al considerarlo crimen de lesa humanidad. Según sus propias palabras: „Asesinar a monseñor Romero era asesinar al espíritu de todo el pueblo salvadoreño”, recuerda la abogada Almudena Bernabéu, de 42 años, en una entrevista con EL MUNDO. Ella fue la letrada española del Center For Justice and Accountability (CJA) que se encargó del único caso judicial sobre la muerte del salvadoreño que ha habido en estos 35 años.
Lo relevante de esta sentencia radica en el propio significado de ‘crimen de lesa humanidad’, que suele atender a un asesinato generalizado o sistemático, lo que implica a muchas personas. Sin embargo, en el caso de monseñor Romero tiene su propia acepción: „Era asesinar a uno de los portavoces del pueblo salvadoreño, a él se le conocía como ‘la voz de los sin voz’ porque se invistió así mismo en esa persona que iba a denunciar todas las semanas, a través de sus homilías, en sus programas de radio y en sus escritos, lo que le estaba pasando a los salvadoreños, que era una injusticia histórica, pero que además en aquellos años era violencia masiva y salvaje”, subraya la directora de Justicia Transicional del CJA y también vicepresidenta de la Asociación Pro Derechos Humanos de España (APDHE).
Bernabéu conoce muy bien la cruenta historia de El Salvador. Han sido muchos viajes al país centroamericano, horas y horas de investigación y muchas ‘peleas’ con la justicia. Es una de las querellantes del ‘caso Ellacuría’, todavía abierto en la Audiencia Nacional gracias a la justicia universal y que puede sentar en el banquillo a uno de los miembros clave del asesinato del jesuita español. Su arduo trabajo hoy queda recompensado con la beatificación de monseñor Romero. Una decisión que celebra por ser un reconocimiento al pueblo, pero que será insuficiente hasta que no haya una sentencia en la tierra del pastor: El Salvador, uno de los países más violentos del mundo.
- ¿Cómo llegó el caso a sus manos?
- A través de la comunidad salvadorañera, en el año 2001, se supo que un capitán del ejército de El Salvador, Álvaro Rafael Saravia, que había sido la mano derecha de Roberto D’Aubuisson [el mayor que dirigía el escuadrón de la muerte que acabó con Romero], vivía en Modesto, en un pueblito de California (EEUU). Trabajaba como mecánico, tenía su mujer… La comunidad acudió al CJA, yo empezaba entonces en esta organización, y me pusieron al cargo de la investigación. Buscamos a familiares de monseñor Romero y uno de sus hermanos accedió a ser demandante. Había una persona clave en este triángulo de la organización del asesinato, que era el conductor [llevó al francotirador a la capilla donde estaba celebrando misa monseñor Romero] y cabo del ejército: Amado Garay. […] Era la persona que podía corroborar el rol de Álvaro Rafael Saravia. Lo pudimos ubicar en el programa federal de protección de testigos de EEUU. […] Así que hablamos con él, tuvimos la oportunidad de persuadirle para que testificara y testificó. La justicia por el caso fue enorme. El esclarecimiento por parte del conductor del asesinato en el caso en California dio la vuelta al mundo. Y continúa siendo hoy el único caso de Monseñor.
- ¿Qué sucedió con Roberto D’Aubuisson?
- Murió a finales de los años 80 por un cáncer de garganta, relativamente joven. Pero murió como el asesino de monseñor Romero y acarrea con el estigma su familia. Muere en la desgracia de ser nombrado como el asesino y, por supuesto, la investigación que llevó adelante la Comisión de la Verdad de El Salvador lo nombra como asesino. En el caso no era tanto esa duda, como corroborar el rol de Álvaro Rafael Saravia.
- ¿Cuál es el paradero actual de Saravia?
- Se escondió, huyó durante el caso. Después supimos, porque él contactó con nosotros, que está escondido en las montañas de Honduras. Fue una especie de condena al destierro, a una vida terrible. EEUU cuando culminó el caso puso a Álvaro Rafael Saravia en la lista de los más buscados. Este hombre se debió asustar y se marchó. Por su parte Garay, permanece en el programa de protección a testigos en EEUU.
- A pesar del juicio en EEUU, ¿en El Salvador no se ha hecho justicia?
- No ha habido ningún tipo de juicio o investigación en El Salvador, pero el país adolece de eso porque no hay en estos momentos ni voluntad por parte de la Fiscalía ni por parte de la Judicatura de investigar estos hechos del pasado.
- La muerte de Monseñor casi coincide con el inicio de la guerra civil (1980-1992)…
- Los salvadoreños de algún modo dicen que la guerra civil para ellos se inicia con el asesinato de Monseñor y culmina con el asesinato de los jesuitas de 1989. A finales del año 1979, hay una decisión de crear una especie de junta cívico militar que funcionara como Gobierno, formada con militares jóvenes, civiles, con gente del Partido Demócrata Cristiano, y la idea era no ir a la guerra, encontrar una solución institucional y democrática. Sin embargo, en enero de 1980, un escuadrón de la muerte mata al fiscal general de la República. Ese es el primer paso: la desestabilización. En marzo, matan a monseñor Romero y, en noviembre, cuando matan a los líderes de una coalición democrática formada por diferentes partidos, el Frente Farabundo Martí para la Liberación (FMNL) se tiró a las montañas y se agrupó para lo que se venía, que era la guerra civil.
- ¿Con la beatificación se logra, en parte, hacer justicia?
- Exacto. Es el reconocimiento del dolor del pueblo salvadoreño y de la injusticia que él denunció. Beatificando a Romero se está haciendo un reconocimiento explícito del dolor de muchos seres humanos y de lo que pasaron y lo que sufrieron. Es un reconocimiento al pueblo salvadoreño.
- ¿Se podría reabrir el caso en El Salvador?
- El caso se podría reabrir mañana si hubiera voluntad por parte de las instituciones. La Ley de Amnistía de 1993 se creó para enterrar este tipo de causas y de investigaciones, pero yo creo que ha transcurrido el tiempo suficiente, hay decisiones de la Corte de Constitucionalidad de El Salvador que dicen que este asesinato y otros asesinatos de este calibre a lo largo de la guerra no fueron crímenes políticos, sino que fueron violaciones de derechos humanos. El caso se podría abrir mañana porque hay justificación jurídica, histórica y moral. El tema es que no hay voluntad.
- ¿El CJA tiene pensado volver a reabrir el caso?
- Si supieramos que Saravia regresa a EEUU, todavía hay una sentencia contra él que le obliga a pagar 10 millones de dólares, el caso se podría reactivar. Legalmente no hay ningún impedimento.
- ¿Y traerlo a España a través de la justicia universal?
- Tal y como está la ley hoy, requeriría que la víctima fuera de nacionalidad española. No podría ser juzgado. El caso de monseñor Romero es un caso por excelencia que pertenece a los salvadoreños y que tienen que reivindicar. El caso de monseñor Romero y su persona están consiguiendo ciertos niveles de reconciliación entre los salvadoreños que ningún otro personaje de la guerra lograría. Monseñor Romero es un símbolo de ser salvadoreño, de las contradicciones que vivía el país, de justicia, de la reconciliación de El Salvador.
- ¿Qué diferencia el crimen de Monseñor con otros crímenes de la guerra de El Salvador?
- Los líderes son estandartes de nuestras luchas. La intención de matar a un líder es acabar con todos. Esa fue la intención de matar a Romero, era asustar al pueblo y someter al pueblo porque su intención era acabar con la guerra.
- Forrás: http://www.elmundo.es/internacional/2015/05/24/555f315222601db95d8b4595.html